domingo, 15 de julio de 2007

El fin de los revoltosos

Raúl Wiener

Habrá que condecorar ahora a los 200 robocops que limpiamente, a patadas y puñetes, detuvieron a Huaynalaya por alterar el orden, cuando todavía no había empezado la marcha. A los 500 que cercaron profesores y profesoras en el Metro de Pershing y echaron bombas lacrimógenas dentro de ese local donde también había público y trabajadores, pero a los que se les escaparon Muñoz y López en un taxi mientras la prensa les preguntaba por qué huyen. Al centenar que finalmente detuvo a estos dos dirigentes en la puerta de la Comisaría de San Isidro, los pateó, apaleó y arrastró porque seguramente representaban un grave peligro para la seguridad del Estado, cuando iban a indagar sobre la situación de los otros presos y eran asediados por los periodistas que como siempre querían saber porqué protestan si en este país las cosas andan tan bien como dice el presidente, y mientras le pegaban en el suelo a la decana del Colegio de Profesores, que no fue detenida porque la gente de la calle expresó su protesta. Y, por supuesto, al heroico coronel de la policía de 90 kilos, que terminó en la cama de un hospital por los gritos de Diez Canseco.
A todos ellos habría que sumarles a la Chichi Valenzuela, ahora conocida como la verde, y a Aldo M. que como siempre adelantó la conclusión y dio por presos para siempre a todos sus enemigos, que así es como queremos ver a las democracias fuertes, para que no nos creen la necesidad de recurrir a las autocracias, que siempre son un problema. No nos oponemos a los sindicatos siempre y cuando no los dirija Patria Roja. Ni a las movilizaciones, en tanto circulen por donde no hay tráfico y no hay gente. Ni a la huelga, porque contra ello hay descuentos, despidos y sustitutos. Viva el diálogo como solución de los problemas, por eso no han querido dialogar ni una coma sobre la ley de “Carrera Magisterial”, como antes no quisieron con el TLC, y cuatro tipos (portavoces de bancada, con exclusión de nacionalistas y UPP) se erigieron en Congreso y cerraron el debate con el país en llamas y le entregaron a García la norma para su promulgación.
El Estado de derecho debe ser uno que cautele los contratos mineros, que impida a la gente salirse de las AFP y que mantenga la televisión en propiedad informal de la extrema derecha. Si para conseguir esto hay que tomarse el trago amargo de llenar algunos barrios acomodados de gases lacrimógenos y de marchistas reclamando en la puerta de la comisaría, qué se va a hacer. Si hay que atropellar los derechos de circulación expresión, sindicalización y reclamo, qué se va a hacer. A los violentistas hay que darles con violencia. A los de Juliaca con estado de sitio. A los del ALBA echarlos a patadas, a los organismos de derechos humanos que no jo… Bueno señores, es nuestro momento, dice el inefable director de “Correo”, que en realidad no se ha dado cuenta de quién está perdiendo la batalla.
¿O ustedes creen que están poniendo en libertad a los presos porque al gobierno le vino la de buena gente?

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