viernes, 20 de junio de 2008

MOQUEGUA

Por Rolando Breña Pantoja

Moquegua, apacible cuna de José Carlos Mariátegui, de mis camaradas Horacio Zevallos y Miguel Constantinides. Cuna también del delicioso Pisco “Italia” Biondi, que ambos -uno acciopopulista y el otro aprista- me hicieran llegar amablemente, ha hecho noticia esa semana. No precisamente por sus hermosas campiñas o sus riquezas naturales, sino por un levantamiento popular (porque eso fue) en demanda de respuestas al Gobierno Central.

Las razones y el descontento moqueguano debieron ser contundentes, en tanto su medida de lucha no solamente convocó a la población entera, sino que alcanzó altos grados de organización y, lamentablemente, de violencia, debido a la torpe y autoritaria reacción del gobierno.

¿Cómo puede ser posible, hacen coro ciertos políticos, periodistas, economistas, empresarios, que frente a un gobierno exitoso que lidera el momento mejor de nuestra vida económica en décadas, con crecimiento continuo de 13 años, con inmensas inversiones, con aumento sorprendente de las aportaciones, con históricos récords de reservas internacionales, etc, etc, puedan existir este tipo de asonadas y que el Presidente de la República, tenga en el sur, una desaprobación que alcanza casi al 80%?

Este es un misterio que no alcanzan a desentrañar tan preclaras inteligencias. Inventan, entonces, argumentos inverosímiles de confabulaciones y tinglados extremistas. Se alucinan objeto de todos los males, todos los ataques, todos los conjuros. No quieren ni tienen explicaciones o razones, sólo buscan embestir con los ojos cerrados contra sus presuntos enemigos.

Precisamente este es el peligro. Al negarse a admitir que su modelo económico es altamente elitista y beneficia principalmente a sectores privilegiados minoritarios, y no admitir cuestionamientos ni críticas y atacar violentamente, empieza a actuar a la defensiva, a repartir palo a diestra y siniestra. Va a camino a convertirse en un gobierno autista, solo se escucha a sí mismo y siempre, inexorablemente, tendrá la razón. Esta es, ciertamente, la mejor manera de asfaltar una autopista hacia el verticalismo y el autoritarismo. Y esta autopista va en un solo sentido. Una vez alcanzada cierta velocidad en ella, ya no hay retorno. Y entonces, ya no será solo Moquegua.

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